Portada de "La Verdad" de 2-12-1990 |
Fue necesario llegar a juicio -«¡manda huevos!», habría sentenciado el jurista Federico Trillo- para que los tres experimentados magistrados que conformaban la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Murcia, Carlos Moreno Millán, Francisco Carrillo Vinadel y Abdón Díaz Suárez, supieran interpretar lo que el sumario 1/1990, abierto cuatro años antes por la titular del Juzgado de Instrucción número 1 de Cieza, Pilar Rubio, ya dejaba traslucir desde la página 342, perteneciente al Tomo II, con la que se iniciaba el informe sobre las autopsias. Un documento de 47 páginas, emitido por los forenses apenas 24 días después de perpetrados los asesinatos, en el que ya se reseñaba con todo detalle que los proyectiles eran de dos tipos bien distintos -perdigones y postas- y que los orificios en los cuerpos se agrupaban en dos tipos de trayectorias bien diferenciadas. Datos más que suficientes, en apariencia, para haber sospechado en ese mismo instante de la presencia de dos escopetas y, con ello, también de dos tiradores.
Los cuerpos de los tres jóvenes |
Una madeja que no estaba demasiado liada en su origen, pero que se había ido enmarañando con cada nueva diligencia, con cada toma de declaraciones, con cada pericial de oficio o de parte..., y que cuatro años más tarde el nuevo juez de Instrucción 1 de Cieza, Antonio Videras, ya no fue capaz de desenredar.
Ahora, al cabo de los cuatro lustros transcurridos desde el crimen, ya sólo queda lugar para el lamento, muy especialmente de los familiares de los tres fallecidos, que con cada novedad sobre el asunto ven reabrirse las llagas con que el dolor ha lacerado tantas veces sus corazones: la puesta en libertad de un implicado, la salida de prisión del principal condenado, la sentencia que les impedirá cobrar cualquier tipo de indemnización... La noticia con la que ahora se han dado de bruces no es más agradable que las anteriores. Es la que se deriva, simple y llanamente, del artículo 131 del Código Penal: «Los delitos prescriben a los 20 años, cuando la pena máxima señalada al delito sea prisión de 15 o más años».
Entierro de los novilleros |
¿Qué ocurrió aquella noche?
Acorralados y masacrados
El Loren, Panduro y Rumbo eran tres novilleros de la Escuela Taurina de Albacete que el 1 de diciembre de 1990 decidieron ir a 'hacer la luna' a la finca ganadera de Charco Lentisco, en Cieza. La elección estaba lejos de ser casual. El Loren y sus padres habían mantenido durante años una relación de estrecha amistad con el dueño de la propiedad, un industrial de Molina de Segura, Manuel Costa Abellán, que había hecho rápida fortuna con el papel de impresoras y que desviaba parte de los dineros a satisfacer su afición a los toros. De esta forma, soñaba con tener una ganadería de reses bravas de cierto renombre y además había apoderado a El Loren, a quien sufragaba las novilladas y para quien había encargado incluso un caro traje de luces en Madrid.
Finca "Charco Lentisco" |
Huelga decir que aquellos hechos no eran bien acogidos por el empresario ni por su gente de confianza, un ricoteño afincado en Cieza, de nombre José Yepes Saorín, y dos de sus hijos, José Manuel, de 19 años, y Pedro Antonio, de15, a quienes tenía empleados en la ganadería.
La noche de autos cenaron todos ellos en casa de José Yepes y, entre la una y las tres de la madrugada, conscientes de que había luna llena y que era momento propicio para una nueva invasión de la finca, Manuel Costa, José Manuel y Pedro Antonio se dirigieron en coche hacia Charco Lentisco, acompañados además por la esposa y el hijo menor del primero.
Apenas habían metido el Toyota Celica por el camino de acceso cuando observaron las reses removidas y tres figuras humanas corriendo entre ellas. Descendieron de un salto los hermanos Yepes, cogieron una escopeta Franchi que habían guardado en el maletero, e iniciaron campo a través la persecución de los intrusos. Ya en los primeros momentos alguno de ellos resultó herido por los disparos, como Andrés Panduro, quien recibió el impacto de decenas de perdigones en sus gluteos.
reconstruccion del asesinato |
«Allí todo eran gritos: ¡mátalos!, ¡no los mates!, ¡dispara!... Se volvieron todos locos y a mí se me fueron los nervios», confesó más tarde ante la juez José Manuel Yepes, describiendo con toda crudeza esos instantes previos a los disparos en los que pareció suspenderse el tiempo sobre las escarchadas ramas de los almendros.
Doce disparos hizo el chico, que impactaron en las cabezas, en los hombros, en las bocas, en los brazos... de los jóvenes albaceteños. Al menos dos más realizó el otro asesino: dos cartuchazos de postas, realizados en apariencia por una escopeta clásica de dos cañones, de las que no expulsan automáticamente las vainas vacías. Sacó los cartuchos ya disparados y se los debió de guardar en un bolsillo, pues, al contrario de lo que ocurrió con los percutidos por José Manuel Yepes, que empuñaba una Franchi semiautomática, no fueron hallados en la zona.
A su vez, Manuel Costa, que había llegado al lugar al volante de su Toyota, «nada hizo por impedir los asesinatos», según se recogió en la sentencia, pese a las súplicas de El Loren, que gritaba su nombre y clamaba clemencia.
Juicio y pruebas |
Todo falló desde el principio
La investigación de los hechos quedó viciada desde un primer momento por varias circunstancias. La primera de ellas, el hecho de que los asesinos, después de cometido el crimen y haber barajado y desechado varias opciones para hacer desaparecer los cuerpos, como quemarlos y enterrarlos en cal viva, corrieran a Murcia a buscar a un abogado, Manuel Martínez Garrido, quien había trabajado en alguna ocasión para las empresas de Costa.
En el tiempo transcurrido hasta que convenció a Costa para entregarse a la Guardia Civil, lo que ocurrió hacia las seis de la madrugada, bien pudo darle algún consejo para 'minimizar' las consecuencias del espantoso suceso. Nada hay en el sumario que así lo indique, pero nadie habría entendido otra manera de actuar en un abogado. Ni siquiera habría sido honesto haber actuado de otra forma.
Lo cierto es que entre Yepes y Costa pudo improvisarse un plan que, en resumen, y según se puede extraer de las numerosas declaraciones obrantes en el sumario, habría consistido en que el menor de los Yepes, Pedro Antonio, de 15 años, se inculparía de las tres muertes -era la opción más ventajosa para todos, ya que al ser menor de edad no podría ser encarcelado-, ninguna mención se haría de la persona que empuñaba la segunda escopeta, y Costa, que sería el encargado de sufragar todos los gastos de las defensas, sería exculpado del triple crimen -así ocurrió en las primeras declaraciones-, señalando que había llegado con su coche cuando todo había ya ocurrido.
Otra circunstancia que sin duda tuvo su influencia en el devenir de la investigación fue el hecho de que la juez Pilar Rubio, sin demasiada experiencia todavía a sus espaldas y, como es comprensible, sin experiencia alguna en un asunto de tamaña envergadura, asumierá por sí misma todo el peso de la investigación, dirigiendo incluso las primeras tomas de declaración a los sospechosos.
En contra de lo habitual en estos casos, relegó a los especialistas de la Policía Judicial de la Guardia Civil, que no tuvieron la oportunidad de interrogar a los implicados y que, en líneas generales, se sintieron agraviados, ninguneados y de ahí en adelante poco animados a dejarse la piel en el asunto.
2º por la izquierda Jose Manuel Yepes, 1º por la derecha Manuel Costa Abellán |
El padre de los Yepes
Sospechas no confirmadasCuando la Audiencia Provincial estableció que los asesinos materiales habían sido dos, y ordenó la reapertura del sumario en Cieza para tratar de identificar al 'hombre sin rostro', muchas miradas se centraron en José Yepes, padre de los dos empleados de Costa. No en vano reunía todas la bazas para convertirse en sospechoso: era alguien muy cercano al resto de los implicados, sus hijos jamás lo habrían denunciado, todos los participantes en el crimen habían cenado en su casa la noche de autos y, aunque sus vástagos siempre aseguraron que él se había quedado durmiendo, se cayó entonces en la cuenta de que su esposa, Josefa, había asegurado, en su primera declaración ante la Guardia Civil, que José Yepes se había marchado en su propio coche hacia la finca, siguiendo al resto.
En posteriores interrogatorios la mujer rectificó tan comprometedora manifestación, y dijo haber sido malinterpretada.
Más datos que apuntaban hacia José Yepes eran que un camino que partía desde su casa acababa en la encrucijada de caminos en la que fueron ejecutados los tres novilleros, lo que abría la hipótesis de que podía haberlos rodeado llegando por esa vía. Y aunque aseguraba no tener escopeta -la segunda arma nunca apareció-, la Guardia Civil encontró en su domicilio una canana con cartuchos.
José Yepes, padre de los acusados |
Temió ser asesinado si hablaba, pero callar no se convirtió para él en una garantía de longevidad. En abril del 2008, apenas unos meses después de haber recuperado la libertad, un infarto se lo llevó a la tumba. Y en el mismo ataud quedó enterrado su bien guardado secreto.
Si ya poco tenía que temer el 'asesino sin nombre' a partir de ese momento, cualquier inquietud se habrá disipado con el cumplimiento, el pasado día 1, del veinte aniversario del triple asesinato. El delito ha prescrito. Un despiadado criminal jamás recibirá el castigo que merecía.
FUENTES:
Articulo de 19.12.10 -RICARDO FERNÁNDEZ - La Verdad de Murcia-
http://murciataurina.blogspot.com.es/
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