Cortijo de los Galindos |
El cortijo Los Galindos
era una propiedad de los marqueses de Grañina. Estaba al cargo de
Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, capataz, y de
su mujer, Juana Martín Marcías, de cincuenta y tres. Igualmente
contaba con tractoristas y jornaleros fijos. La propiedad estaba
situada a 3 kilómetros de la localidad sevillana de Paradas, entre
las poblaciones de Marchena y Carmona.
Los Galindos era una propiedad de unas 400 hectáreas de tierra. Al cortijo se accedía por un camino de tierra rojiza que tenía algunos árboles. Al entrar, la vista se topaba al fondo con el cobertizo con balas de paja apiladas. A la izquierda estaban las viviendas, la más cercana, la de los marqueses; y un poco más a la derecha, mucho más modesta, la que ocupaban el capataz y su mujer. Al otro lado del un patio cerrado con una tapia estaba la Casa de máquinas, donde se guardaban los aperos de labranza y junto a ella el granero, todo dispuesto alrededor de un patio por el que circulaban sin dificultad los tractores.
El 22 de julio de 1.975, bajo un sol de justicia, el
cortijo de “Los Galindos”, fue testigo de un suceso espeluznante.
Cinco personas fueron asesinadas entre la una y las tres de la tarde:
Manuel Zapata Villanueva, capataz, Juana Martín Macías, su esposa;
José González Simón, tractorista, su esposa Asunción Peralta
Montero y otro tractorista suplente, Ramón Parrilla González. ¿Por
qué fueron asesinadas y por quién?. Nunca se ha sabido quién o
quienes lo hicieron. A las cuatro y media, una espesa columna de humo
se levantaba del cortijo de Los Galindos alarmando a los
trabajadores que estaban trabajando en el campo, corrieron hacia la
casa porque pensaron que estaba ardiendo. Al llegar descubrieron que
la paja del cobertizo que se quemaba con extraña violencia. Se
acercaron y notaron un olor a combustible lo que explicaba el
violento incendio. Buscaron al capataz sin encontrarlo, pero en
seguida vieron sangre en la casa. En ese mismo momento se descubrían
los cadáveres consumidos en el fuego del matrimonio González,nadie
los reconoció. Inmediatamente fueron al pueblo a dar aviso a la
Guardia Civil. El comandante del puesto, un cabo, acompañado de un
guardia, se desplazó al cortijo donde pudo comprobar el extraño
caso que se le presentaba. Tras recorrer las dependencias de la
vivienda del capataz siguiendo los rastros de sangre llegaron ante la
puerta cerrada con el candado. Rompieron el candado de un tiro. Una
vez abierta la puerta se encontraron a Juana Martín tendida en la
cama con el rostro desfigurado, la habían matado golpeándole la
cabeza con una barra. Siguieron el reguero de sangre que iba hacia
fuera y terminaba junto al camino de acceso, exactamente en un lugar
oculto por un montón de paja. Allí fue descubierto el cadáver del
tractorista Parrilla con el pecho y los brazos acribillados por
disparos de escopeta, el único que resultaba reconocible. Echaron en
falta al capataz de la finca, Manuel Zapata. No aparecía por ninguna
parte. Así las cosas parecía lógico pensar que era el responsable
de tanta muerte. Peinaron la finca, revisaron las construcciones del
cortijo y patrullaron los alrededores sin resultado.
Los Galindos era una propiedad de unas 400 hectáreas de tierra. Al cortijo se accedía por un camino de tierra rojiza que tenía algunos árboles. Al entrar, la vista se topaba al fondo con el cobertizo con balas de paja apiladas. A la izquierda estaban las viviendas, la más cercana, la de los marqueses; y un poco más a la derecha, mucho más modesta, la que ocupaban el capataz y su mujer. Al otro lado del un patio cerrado con una tapia estaba la Casa de máquinas, donde se guardaban los aperos de labranza y junto a ella el granero, todo dispuesto alrededor de un patio por el que circulaban sin dificultad los tractores.
Rastro de sangre en la casa |
SUCESOS:
La mañana del 22 de julio de 1975, una vez se habían ido los trabajadores al campo, se quedaron en el cortijo solos Manuel Zapata, Juana Martín y José González. Pasado el mediodía, José fue al pueblo a recoger a su mujer, Asunción Peralta, de treinta y cuatro años, que había trabajado como temporera en Los Galindos antes de casarse. Mientras José González se dirigía a su casa en su coche SEAT-600 color crema, en los Galindos se desató la tragedia. Zapata, que debía estar con su asesino, en su despacho, no esperaba en modo alguno que este le agrediera con una barra de acero rota de la empacadora. El criminal atacó al capataz por la espalda golpeándole el cráneo hasta destrozárselo. Acto seguido se dirigió en busca de Juana ,la atacó con la misma arma. Pero esta vez de frente, golpeándole el rostro varias veces hasta que le quedó aplastado. El asesino no actuaba solo y así quedó patente en la investigación al observar el rastro de sangre que dejó en el suelo. Primero un enorme manchón correspondiente a un cuerpo arrastrado pesadamente y después un goteo que marca cómo el cuerpo fue izado, probablemente sujeto por pies y axilas hasta ser depositado en el dormitorio, donde también dejaron la pieza de la empacadora con la que la habían matado. Al salir, los asesinos cerraron la puerta con un candado. Instantes después regresó José que venía con Asunción. Fueron recibidos por los criminales que les apuntaban con la escopeta de Zapata. Nada más salir del coche, la pareja fue llevada hacia el cobertizo. Allí fueron vilmente asesinados a tiros y golpes así como rociados de gasolina y gas-oil. En ese momento debió llegar alguien inesperado: era el tractorista Ramón Parrilla, de cuarenta años, que se había quedado sin carburante. De repente se vio encañonado por una escopeta. Trató de huir pero inmediatamente le dispararon. Se protegió con los brazos donde recibió dos descargas. Sangrando y con los brazos destrozados dejó un reguero de sangre por el itinerario de su escapada imposible, primero hacia el interior del cortijo y, finalmente, hacia la salida de la finca, por el camino de tierra roja. Pero no pudo ir muy lejos: en una zanja, junto a un árbol, se derrumbó herido de un disparo que le entró por la espalda. Allí caído fue rematado sin piedad. Debían de ser las cuatro de la tarde pasadas. Los asesinos cubrieron el cadáver de Parrilla con paja, siguiendo un extraño ritual que les llevó a ocultar el cuerpo de Zapata, a encerrar el de Juana con un candado, y finalmente a quemar los del matrimonio González.
Entrada al cortijo |
A partir de ahí comenzó una exhaustiva investigación en la que hubo todo tipo de hipótesis: crimen pasional, motivo económico, reyertas y drogas, aunque ninguno llegó a reunir suficientes pruebas ni siquiera con ayuda de una exhumación de los cadáveres realizada ocho años después.
PRIMERA HIPÓTESIS.- El autor o los autores tienen una relación desconocida, y probablemente muy débil, o muy indirecta, con las víctimas. Es esta hipótesis la mejor explicación de que 30 años después no se tenga identificado a ningún sospechoso, nos hace pensar que todos podemos asesinar y ser asesinados impunemente siempre que no tengamos relaciones con los autores o las víctimas. Un buen ejemplo de ello se narra en la magnífica novela de Truman Capote "A sangre fría".
SEGUNDA HIPÓTESIS.- Que el autor sea también una víctima, es decir, que se suicidase intentando además enmascarar su autoría. Esa es la hipótesis del fiscal-jefe del caso de los Galindos, ya jubilado, Alfredo Flores, pero si fuese así, probablemente ya nunca pueda ser confirmada y quedará en la incertidumbre de los casos no resueltos en los que el asesino se lleva consigo todas las pistas, indicios y datos necesarios para resolver el caso.
TERCERA HIPÓTESIS.- Posiblemente la más aterradora de todas, en la que el autor o autores conocerían los medios de investigación, y peor aún, que hubieran interferido en la investigación. Todos los crímenes policiales son muy difíciles de investigar, porque el investigado se sabe investigado, y tiene poder y oportunidad de investigar, despistar, coaccionar o eliminar a quien le investigue. Son los llamados delitos de inteligencia, que suelen quedar en la impunidad, porque mientras mantengan el control de los medios de investigación podrán impedir que ésta avance. En todos los casos no resueltos, incluyendo los de desaparecidos, siempre cabe la posibilidad de que el auténtico delito sea el de quien debería esclarecerlo.
Según un informe de la Guardia Civil, el día 22 de julio Zapata reprendió duramente a González por su poco cuidado con los vehículos (el tractorista estaba arreglando una empacadora) y éste no pudo controlarse y le golpeó en la cabeza con una de las piezas que tenía en la mano. Escondió su cuerpo debajo de un árbol situado a solo cinco metros del cortijo lo tapó bien con paja y se fue a buscar a Juana a la casa. La mató de la misma forma, la arrastró hasta la habitación del fondo de la vivienda de los capataces y cerró la puerta de entrada de la misma con un candado.
Parrilla pasaba por el lugar accidentalmente -testigo indiscreto- y fue liquidado a tiros. González buscó entonces a su mujer en Paradas, la llevó al cortijo y tras discutir con ella la mató igualmente, la arrojó en el cobertizo y la prendió fuego. La versión de la Guardia Civil finaliza con que o bien González se suicidó autoquemándose con su esposa o bien sufrió un accidente y se carbonizó.
Al juez no le convenció este informe y siguió adelante con las diligencias, había muchos puntos oscuros del crimen: por qué José González llevó a su mujer al cortijo precisamente ese día si Asunción había ido dos veces en toda su vida; por qué el asesino o los asesinos mataron de tres formas distintas; por qué el marqués se empeñó en dormir en Los Galindos dos noches seguidas, la última de ellas solo con dos guardas de vigilancia en todo el complejo de edificios; por qué el administrador fue la mañana de los crímenes al cortijo y lo abandonó muy poco antes de la matanza, si tenía por costumbre ir los viernes o los sábados y ese día era martes; por qué el Mercedes que llevaba el administrador tenía impactos en el parabrisas y en el morro que pudieran ser incluso de pequeñas partículas de plomo; por qué ese coche, que se había lavado antes de ir a Los Galindos, volvió a limpiarse en un taller de Sevilla; cómo pudo González, según las versiones policiales, llevar a cabo semejante carnicería y cómo morir pacientemente junto al cadáver de su mujer mientras se estaba abrasando vivo; y, sobre todo, por qué la investigación había sido tan mala los primeros días y además llevada por guardias civiles de pueblo sin ninguna experiencia en sucesos de tal magnitud. Demasiados puntos oscuros para cerrar el caso. La responsabilidad penal hubiese terminado con la muerte de José González, en el caso de que el juez hubiese dado por buenos el informe.
El crimen de Los Galindos fue un asesinato complicado, lleno de matices que no habría sido difícil de resolver si hubiera ocurrido en una gran urbe con toda clase de medios para la investigación criminal, pero en Paradas, un pueblecito desprevenido, con un pequeño cuartel de la Guardia Civil, resultaba casi imposible enfrentarse a tanta complicación. Además, los vecinos andaban toqueteándolo todo: la pieza de la empacadora que fue el arma criminal, el SEAT-600 de donde sacaron la escopeta que los asesinos habían abandonado allí tras los crímenes, las ropas y cuanto podía ser susceptible de ofrecer una pista a los investigadores. Quedaron conculcadas todas las reglas que es preciso seguir para salvar huellas y además se sacaron conclusiones precipitadas.
Más de treinta años después, ninguna de las numerosas incógnitas que rodean el quíntuple asesinato de Los Galindos ha sido aclarada, aunque el tiempo no ha transcurrido en vano: la hipótesis policial que señalaba como autor material al tractorista José González, que según esta habría matado a los demás y se habría suicidado después, fue desmontada y desmentida. Es la única justicia que se ha hecho en el caso Los Galindos.
Los asesinos tuvieron bastante suerte. No había juez titular, ni forense, y los mandos de la Benemérita estaban de vacaciones.
El delito, que marcó aquella época, ha prescrito hace años, lo que quiere decir que en el caso de que el asesino o asesinos fueran hallados no podrían ser enjuiciados, condenados ni encarcelados. Hasta podrían ganar millones presentándose a contar su “hazaña” en cualquier programa de televisión basura.
Fuentes:
http://usuaris.tinet.cat/jcgg/Policiacos/Los_Galindos.htm
http://cita.es/galindos/
http://elpais.com/diario/1983/02/20/espana/414543606_850215.html
http://casoabierto.wordpress.com/2010/03/07/el-crimen-de-los-galindos/
MUY BUEN ARTICULO PACO TE HAS SUPERADO.
ResponderEliminarAlfonso Grosso proponía en su libro una teoría muy creíble. Aplicada al caso concreto significaría que en Los Galindos había algo ilegal y valioso que probablemente incluso se cultivaba allí. El marqués militar retirado, el capataz también y la Legión incluso a veces acampaba allí. Algo más que hortalizas y olivos debía haber allí, algo que muy probablemente tendría que tener alguna relación con los cuarteles militares y la Legión.
ResponderEliminarEn este país siempre nos han engañado como a chinos. Hacia 1975 casualmente y coincidiendo con la famosa Transición nos dejaron todo tipo de juguetes para mantenernos tranquilos: drogas, PlayBoy y otras maravillas parecidas.
Los crímenes de Los Galindos no tienen ninguna explicación sin un móvil. Dicho móvil en este caso tenía que ser muy importante, solo hay que fijarse en la escabechina. ¿Cuántas cosas legales conoceis que puedan ser tan importantes?. ¿E ilegales?. ¿Dos?. ¿Armas y/o drogas, por ejemplo?.
Alguien metió la pata, robó o no cumplió y los otros se tomaron la revancha.
También un lugareño en su lecho de muerte tras una caída del caballo confesó a su mujer haber visto a alguien del lugar, vestido de militar (estaba entonces en la mili) y con un buen fajo de billetes volviendo de aquella zona antes de descubrir el pastel. La mujer del moribundo dio parte a la GC y la Benemérita interrogó al sospechoso: sí, estaba caminando por el campo e iba vestido de militar porque estaba en la mili. No recordaba nada del dinero.
Eso fue un poco antes de 1995 cuando tras los 20 años de rigor sin encontrar culpables se decidió archivar el caso por falta de pruebas. Como alguien dijo "el trabajo más burdo y sublime que jamás había visto".
¿Alguien manejaba los hilos por detrás?.
Se sabe que fue el administrador. así lo ha afirmado sin lugar a dudas el criminólogo Juan Ignacio Blanco.
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